Machu Picchu

Eran las 3:00 de la mañana cuando sonó el Ipod. Me lavé un poco la cara y me dirigí a la estación de autobuses a hacer cola. Cuando llegué, a eso de las 3:30, ya había una veintena de personas, con el mismo propósito que yo: conseguir plaza para el Wayna Picchu. Estaba un poco preocupado, porque aún no tenía el boleto para entrar al Machu Picchu. Iba a haberla comprado en Cusco, pero la dirección que yo tenía del lugar donde había que comprarlo, era errónea y a través de internet se podía reservar, pero el pago había que hacerlo: a través de una pasarela de pago sin SSL (ajam…) o haciendo el deposito en un banco (que casualidad no abren los domingos). La oficina de cultura abría a las 5:15, así que a las 5:00 les pregunté a unos mexicanos si me podía guardar la vez en la cola del autobús, para ir a sacarme el boleto de entrada.

Pero para cuando llegué, ya había otras 10 personas, así que para cuando me llegó el turno, mi autobús y otros 10-15 o incluso 20 habían partido, ya que los turistas salían de todos los lados (cual jubilado en una comida popular gratuita) e iban llenando los autobuses uno tras otro. Apesadumbrado, subí al mío (esta vez no íbamos como en una lata de sardinas) pensado que perdía una oportunidad casi única, no pudiendo subir al Wayna Picchu (ese monte que salé en la parte trasera de las típicas fotos del Machu Picchu). Cuando llegamos a la entrada al recinto, había dos colas: una para entrar y la otra para conseguir el sello que permite subir al Wayna. No perdía nada más que el tiempo poniéndome en la cola para el sello, que poco a poco iba avanzando hasta que a cuatro personas de mi, dijeron que se había terminado el cupo. Me cagüen!!! Doble palo. ¿Y ahora que? A ver el Machu Picchu y vuelta. Un poco decepcionante, la verdad. Por cierto, de la lluvia de la noche anterior, nada de nada: un cielo bastante claro con algún otra nube.

De la nada, apareció un guía que nos ofreció la posibilidad de entrar en el Wayna Picchu sin el sello. Para ello, teníamos que contratar sus servicios (120 soles entre todos los que estuviéramos interesados) y nos garantizaba la entrada, aprovechando que algunos que consiguen el sello no entran (más tarde explicaré el porqué). En un principio, y hasta bastante al final, me pareció una forma un poco ruin de sacarnos los 120 soles, pero teniendo en cuenta que nos reunimos 6 personas, salía a 20 soles cada uno (cantidad bastante aceptable, para un tour de 2 horas con unas explicaciones un poco justas, pero menos es nada).

Tras el tour, llegamos a las puertas de la entrada al Wayna y mientras le pagábamos al guía (la que montamos, ya que nadie tenía dinero justo y el guía no tenía cambio (aka sencillo) para nadie, escuché como otro guía volvía de intentar colar en vano a sus clientes, me temía lo peor, más teniendo en cuenta que nuestro guía hacía incapié en las diferentes alternativas que había a subir el Wayna: subir al monte Machu Picchu (ese que está justo detrás de donde se sacan las fotos) o incluso ladearlo y siguiendo El camino del inka, llegar hasta un alto. Pero para mi sorpresa, vino diciendo que había conseguido que nos dejaran entrar, pero a cambio nos iba a costar 20 dolares. De perdidos al río: 20 $ entre 6 personas, no era nada, así que aceptamos y tras una espera de 5 minutos (hasta las 8:15) en un reloj que no avanzaba XD, nos permitieron entrar.

Estaban muy emocinado, tenía la oportunidad de entrar a ver las ruinas que hay en la cima del Wayna, donde por motivos de seguridad (por mucho que digan otra cosa), no entran más de 400 personas al día. Sí, sí, por mucho que digan, los motivos de no dejar entrar a más gente, son de seguridad y es que el puñetero cerro se las trae: tiene unas subidas espectaculares y muy peligrosas (sobre todo sí el día anterior a llovido). Eso por no hablar de la pared vertical que tiene.

Poco a poco fuimos subiendo, cada uno a su ritmo. Yo pensaba que llevaba un buen ritmo, pero como siempre me suele pasar en la montaña, no fue así y a muy poco de la cima, tuve que bajar bastante el ritmo, porque el corazón me iba a salir por la boca.

Al fin llegué a la zona de las ruinas y la cosa empeoraba un poco: las escaleras era cada vez más angostas y empinadas y en esta zona, por razones obvias, no había pasa manos. Pero todavía había un poco de esperanza: mientras tuviera una zona de unos 5 metros donde viera que había piso firme, no había problemas. Pero al poco de llegar a una especie de balcón y ver que justo daba a la zona de la pared vertical que cae hasta el pié del Wayna, me entró el pánico: a mí, que me da miedo hasta asomarme al balcón de un 3º, estaba en medio del Wayna Picchu, sin nadie que pudiera tranquilizarme y bloqueado mentalmente, con ideas muy negativas que me vienen en esos momentos. Sinceramente, lo paso muy muy mal, sin llegar a perder los nervios ni hacer locuras, pero si bloqueándome de mentalmente y sin poder avanzar o retroceder, pensando que en una de estas me voy a resbalar/tropezar.

Así que me senté en una zona alejada, donde no podía ver el precipicio o cualquier cosa que no estuviera a mi nivel y traté de calmarme. Pasaron unos 20 minutos, cuando me convencí de que no había otra opción que la de bajar. Poco a poco, empecé a bajar, asegurándome de que cada paso que daba lo daba de forma segura. Me importaba una mierda que la gente se riera de mí al ver que a veces me sentaba en las escaleras para avanzar. Tras más de una hora, cuando en subir apenas tardé 20-30 minutos, llegué a la parte de abajo. Aliviado, pero con el miedo aún metido en el cuerpo, me senté a la sombra, para darle el último trago a la botella de agua que me llevé.

Ahora entendía porqué había tanta gente que se echaba para atrás a la hora de subir: justo desde la entrada, se podía ver el verdadero desnivel de las escaleras y el tramo en el que me quedé bloqueado y la caída que esta tenía.

Aún no eran ni las 10:00, así que decidí darme una vuelta para sacar alguna que otra foto. Pero el echo de no haber desayunado (ni siquiera llevaba nada para llevarme a la boca, salvo la botella de 1l que me había terminado al bajar del Wayna), el stress de la subida y la bajada, y el sol que poco a poco empezaba a quemarnos los brazos, las cabezas, las caras… empezaron a degenerar en una pájara. Así que con una sudada del quince y un poco aturdido, decidí que ya tenía suficiente y bajé al pueblo, a reponer un poco de fuerzas y a cambiar de ropa.

Pero no iban a terminar ahí las emociones fuertes del día: menudo kamikaze el conductor del combi que me llevó de vuelta de Ollantaytambo hasta Cusco: que manera de adelantar, tomar las curvas… a medio camino estuve a punto de decirle que me bajaba. No me extrañaría si algún día tiene un accidente de tráfico.

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